02 mayo 2010

Puntadas de las Moiras en plano cenital

He ahí esa tela de araña de proporciones hercúleas, probablemente también áureas, que rige nuestras risas y sollozos. Telas hechas de líneas con pulso titubeante, sin escuadra y cartabón (como antes sí se hacía). No son sino vidas y caminos por recorrer, mezclados con tarta de manzana en un bol con parsimonia.  Finalmente batidos con esa pizca de embrujo de una noche de verano y los designios de un caribú acostado.

Se elongan y menguan los hilos al ritmo de nuestras sístoles agazapadas. Puertas de piernas descruzadas y ventanas sin mucho lustre a medio abrir permiten el paso de nuestras vidas en pos de su expansión contra el vacío y el desuso del sentir. 

Enfermos de esa velocidad incrustada en algún páramo de nuestra vida que nos atrofia. Nuestros ojos han perdido la facultad de ver estos hilos conductores, se ha vuelto invisible el encanto de los pequeños momentos. Momentos mágicos en el cruce de los hilos, el cruce de dos mundos en jergas del azar, de sus ángulos más próximos y más distantes entre sí, entre una hipérbole de lluvias en escala pentatónica. La temperatura de ambas es suficiente para provocar una torsión de la una sobre la otra siendo inminente su fusión.

Pues así es mi vida, la tuya, la nuestra tejida, entrecruzada una y mil veces, una maraña de sentimientos, idas y vueltas de vaivenes en bucles de almizcle satinado. Una madeja de mariposas implosionadas a la altura de tu tórax y el mío que nos descuelgan desde tus ojos a mis dedos, sin más propósitos que el de robarnos mutuamente un beso cálido sin apenas respirar.

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