23 mayo 2010

La hora de la Medusa

¿Adónde me llevas? Herética es tu magia bebida a sorbos, tu brujería, tu encanto desapercibido e indómito. ¿Cómo he llegado aquí? Soy yo en tu mente, tú en la mía y el tiempo apenas fluye. Siento nadar en letras, saltar en espiral sobre páginas ocre de tinta aún sin desecar, bailar al son de las caricias de tus palabras. Es una gran habitación, pequeña, difusa, casi inocente, y está la luna que te baña y te hace renacer en la forma del ángel que siempre fuiste. La miel de tus cabellos no hace sino alimentar mi sed de tus ojos, de morir en la vorágine susurrante de tu cuello que me conduce a la perdición. Es irresistible no recorrer tu aroma de tu piel una y mil veces en todas direcciones, huir y revolotear, acostarme sobre ella y echarme a dormir pues ella era el tapiz que conformaba el devenir de mis sueños. Solos los dos en este atemporal páramo, tu mirada furtiva enarbolando esos cálidos ojos cual Medusa y sus particularidades pétreas que me atraen hacia sí y me atrapan en ti, cual piedra filosofal codicia de zafios alquimistas,…

Me llevas flotando entre nubes algodonadas en sirope, el revuelo de una flor empujando el aire en su caída y espejos victorianos que marcan tu hora y la mía. Y sí, tienes razón, es la hora.

02 mayo 2010

Puntadas de las Moiras en plano cenital

He ahí esa tela de araña de proporciones hercúleas, probablemente también áureas, que rige nuestras risas y sollozos. Telas hechas de líneas con pulso titubeante, sin escuadra y cartabón (como antes sí se hacía). No son sino vidas y caminos por recorrer, mezclados con tarta de manzana en un bol con parsimonia.  Finalmente batidos con esa pizca de embrujo de una noche de verano y los designios de un caribú acostado.

Se elongan y menguan los hilos al ritmo de nuestras sístoles agazapadas. Puertas de piernas descruzadas y ventanas sin mucho lustre a medio abrir permiten el paso de nuestras vidas en pos de su expansión contra el vacío y el desuso del sentir. 

Enfermos de esa velocidad incrustada en algún páramo de nuestra vida que nos atrofia. Nuestros ojos han perdido la facultad de ver estos hilos conductores, se ha vuelto invisible el encanto de los pequeños momentos. Momentos mágicos en el cruce de los hilos, el cruce de dos mundos en jergas del azar, de sus ángulos más próximos y más distantes entre sí, entre una hipérbole de lluvias en escala pentatónica. La temperatura de ambas es suficiente para provocar una torsión de la una sobre la otra siendo inminente su fusión.

Pues así es mi vida, la tuya, la nuestra tejida, entrecruzada una y mil veces, una maraña de sentimientos, idas y vueltas de vaivenes en bucles de almizcle satinado. Una madeja de mariposas implosionadas a la altura de tu tórax y el mío que nos descuelgan desde tus ojos a mis dedos, sin más propósitos que el de robarnos mutuamente un beso cálido sin apenas respirar.