16 abril 2010

A te


Las calles se secan para volverse a mojar, estos días la lluvia insiste en querer caer sobre todos nosotros, un placer secreto que esta noche pude volver a cumplir. Odio los paraguas.

De nuevo consigues buscarte alguna excusa para volver a mi mente, quizá hoy era la lluvia, ayer era el teatro clásico de Sófocles, también lo fueron Diógenes, Heráclito, Cien años de soledad, una chica rubia que me crucé en el metro con un increíble parecido a ti, unos ojos verdes en una niña que volvía de la guardería, pasear por el Retiro reconstruyendo nuestros pasos,… Siempre tienes alguna excusa para volver, contando con que alguna vez te fueras.

Me dejaste esas canciones que de vez en cuando tengo que escuchar, volví a escuchar nuestra canción, aquella que precipitó todo aún más, aquella que hablaba de ti y de mí y de lo imposible que era lo nuestro. Me encanta recorrer nuestros pasos por Roma, bajar a la fontana di Trevi, volver a ver tu cara de sorpresa al no esperártela (y por dos veces te pillé, o eras tú la que te quedabas conmigo?), recorrer la fuente de la tortuga mientras me finges que lees a Neruda tras de mí, encontrar miradas contigo en el Foro y besarnos al pie del Campidoglio, y besarnos acurrucados al pie de aquella iglesia con la Columna trajana en frente, creo que nos miraban raros pero qué nos importaba… Recuerdo de verte romper a llorar por sentir de cerca el final de un sueño, quizá porque intuías no poder mantenerlo, quizá simplemente es que fueron días maravillosos. No siempre un señor de 90 años cuasi inmóvil me tacha de seguir un culto satánico al pie de una basílica.

Me encantaba abrazarte al salir de los ascensores estilo Paris de principios de siglo, también dentro por qué no, acorralarte en el bajo del portal mendigando un beso (o eras tú?), despedirme aún a sabiendas de que sólo nos separaban 10 metros, olerte recién salida de la ducha, abrazarte y entonces oler yo a ti. Pasear bajo la arboleda de Villa Borghese, negarte un beso, que señoras de Cancún nos inviten a su casa por lo buena pareja que hacemos mientras los polacos tocaban la guitarra en mi oreja (te juro que estuvieron a punto de comérsela!), abrazarte en la cúpula de San Pedro con toda Roma a nuestros pies, amenazarte con cometer un escándalo en el Vaticano (te dije que hubiéramos salido en todas las portadas “expulsados por amor de San Pedro”), oir los misterios de Paganini tocados por un violinista callejero magistral, comprarte rosas en plena madrugada a los pies de la Piazza di Spagna, sentirte abrazándome de improviso en la Fontana di Trevi, hacer todo lo posible por perdernos por la via del Corso, intentar averiguar el significado de las pilas bautismales/sarcófago funerario/abrevadero para caballos,… Tirarnos en el suelo del museo para poder ver bien el fresco del techo mientras el segurata amenaza con botarnos, ver la capilla Sixtina juntos, la Escuela de Atenas que nos dejó sin palabras, la Piedad de M.A.,…

Pero sobre todo recuerdo cuando llovía, a la salida de los Museos Vaticanos, cuando todos a nuestro alrededor corrían porque llovía, pero para qué queríamos correr nosotros, ya nos teníamos el uno al otro y daba igual si llovía, si no teníamos paraguas o si la gente nos miraba como futuros contrayentes de una buena pulmonía. Pero estabas tan bonita toda mojada, tu pelo rubio ya no tan rubio cayéndote por la cara, tus ojos verdes aún más verdes,… Era uno de esos días en que la lluvia quería caer sobre nosotros

Mi manchi piccolina,

A te chi eri la miglior cosa che mi era succesa

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