20 abril 2010

De cómo un venusiano acabó en Urano


El mundo siempre ha solido girar en estas fechas, sin embargo es el hecho de contrastar que el mundo gira más rápido últimamente lo que me hace estremecer. Mentiría si dijera que vi un segundo dilatarse como siete, no los vi así, sólo sé de verlos consumirse cual estrellas fugaces, aunque tan leves y susurrantes, pasando de puntillas detrás mío, que no ha a deseos de hojaldre y mazapán.

Correr de frente, correr en cinta viendo alejarse el horizonte, correr en círculos persiguiendo esa cola que se volvió inalcanzable, pero siempre corriendo y nunca llegando a ningún lugar. Tampoco un ejercicio de atrofiada memoria me dio mejores respuestas sobre un posible destino, sobre una meta. Simplemente la sensación de haber comenzado un día este esprint amnésico, esta caótica travesía hacia el club de la soledad del corredor de fondo.

A estos pinchazos que azuzan mi corazón les hablo para ver si buscan conversación, si algo se les perdió ahí abajo, si es que acaso ellos también corren sin saber por qué. Poco saben de hablar estas agujetas del sentir más que de que les hablen, de escuchar más que de ser escuchadas, total la vista se les cansó por mirar fijamente la vida, ¿qué otra cosa les queda si no?

En todo este lapso de maraton en círculos concéntricos creo que mi vida siguió tras de mí. Siento atenazado mi ser si de volverme Eurídice no estuviera ahí, si al volverme todo se desvanece. Si mientras todo se evapora no me da tiempo a recoger los fragmentos de mis sueños y las fotos de las tardes de verano.

El tiempo se agota, yo corro, el tiempo corre, yo, también me agoto.

16 abril 2010

A te


Las calles se secan para volverse a mojar, estos días la lluvia insiste en querer caer sobre todos nosotros, un placer secreto que esta noche pude volver a cumplir. Odio los paraguas.

De nuevo consigues buscarte alguna excusa para volver a mi mente, quizá hoy era la lluvia, ayer era el teatro clásico de Sófocles, también lo fueron Diógenes, Heráclito, Cien años de soledad, una chica rubia que me crucé en el metro con un increíble parecido a ti, unos ojos verdes en una niña que volvía de la guardería, pasear por el Retiro reconstruyendo nuestros pasos,… Siempre tienes alguna excusa para volver, contando con que alguna vez te fueras.

Me dejaste esas canciones que de vez en cuando tengo que escuchar, volví a escuchar nuestra canción, aquella que precipitó todo aún más, aquella que hablaba de ti y de mí y de lo imposible que era lo nuestro. Me encanta recorrer nuestros pasos por Roma, bajar a la fontana di Trevi, volver a ver tu cara de sorpresa al no esperártela (y por dos veces te pillé, o eras tú la que te quedabas conmigo?), recorrer la fuente de la tortuga mientras me finges que lees a Neruda tras de mí, encontrar miradas contigo en el Foro y besarnos al pie del Campidoglio, y besarnos acurrucados al pie de aquella iglesia con la Columna trajana en frente, creo que nos miraban raros pero qué nos importaba… Recuerdo de verte romper a llorar por sentir de cerca el final de un sueño, quizá porque intuías no poder mantenerlo, quizá simplemente es que fueron días maravillosos. No siempre un señor de 90 años cuasi inmóvil me tacha de seguir un culto satánico al pie de una basílica.

Me encantaba abrazarte al salir de los ascensores estilo Paris de principios de siglo, también dentro por qué no, acorralarte en el bajo del portal mendigando un beso (o eras tú?), despedirme aún a sabiendas de que sólo nos separaban 10 metros, olerte recién salida de la ducha, abrazarte y entonces oler yo a ti. Pasear bajo la arboleda de Villa Borghese, negarte un beso, que señoras de Cancún nos inviten a su casa por lo buena pareja que hacemos mientras los polacos tocaban la guitarra en mi oreja (te juro que estuvieron a punto de comérsela!), abrazarte en la cúpula de San Pedro con toda Roma a nuestros pies, amenazarte con cometer un escándalo en el Vaticano (te dije que hubiéramos salido en todas las portadas “expulsados por amor de San Pedro”), oir los misterios de Paganini tocados por un violinista callejero magistral, comprarte rosas en plena madrugada a los pies de la Piazza di Spagna, sentirte abrazándome de improviso en la Fontana di Trevi, hacer todo lo posible por perdernos por la via del Corso, intentar averiguar el significado de las pilas bautismales/sarcófago funerario/abrevadero para caballos,… Tirarnos en el suelo del museo para poder ver bien el fresco del techo mientras el segurata amenaza con botarnos, ver la capilla Sixtina juntos, la Escuela de Atenas que nos dejó sin palabras, la Piedad de M.A.,…

Pero sobre todo recuerdo cuando llovía, a la salida de los Museos Vaticanos, cuando todos a nuestro alrededor corrían porque llovía, pero para qué queríamos correr nosotros, ya nos teníamos el uno al otro y daba igual si llovía, si no teníamos paraguas o si la gente nos miraba como futuros contrayentes de una buena pulmonía. Pero estabas tan bonita toda mojada, tu pelo rubio ya no tan rubio cayéndote por la cara, tus ojos verdes aún más verdes,… Era uno de esos días en que la lluvia quería caer sobre nosotros

Mi manchi piccolina,

A te chi eri la miglior cosa che mi era succesa