24 mayo 2006

Jekyll y Hide

¿Cuánto puede una persona cambiar por amor? ¿Cuán diferente puede ser de estar desolado por la soledad a estar en éxtasis pasional? El amor realmente es esa fuerza que mueve el mundo, que mueve todas esas montañas utópicas de mover cada día. Tal es su magnitud que el amor es el juez supremo que condena a la felicidad o la soledad inmensa.
Asombra el poder de una palabra de la persona amada, esas palabras ansiadas, sanadoras, que hacen que tus ojos se tornen color felicidad y busquen hacer cada día más feliz a esa pequeña personita que camina a tu lado y cuyo único objetivo también es el de hacer que cada día de tu vida sea un sueño, que cada día sea el más feliz, que exista cada segundo, que el tiempo logre detenerse a cada instante y que besarla tras mirarla a los ojos sea el codiciado tesoro de cada día.

Junto a esa persona especial, esa persona cuya voz es tan melódica que no deseas que pare nunca de hablar, de contarte su día a día, que no querrías que jamás dejara de abrirte su corazón. Esa persona especial cuyo tiempo a su lado no pesa y nunca te cansas de estar a su lado.

Amar, ese sentimiento único, compartido, especial y cuyo nombre ya provoca los escalofríos de quienes lo han sentido y vivido con intensidad. Amor ese juez de la vida que concede el paso a la felicidad.

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